¡Quieto todo el mundo!

¡Lo nunca visto! Esta semana en ituitu ha tenido lugar un acontecimiento asombroso. Varios testigos afirman que en al aula de The Farm, el viernes pasado… ¡había alguien quieto! ¡Total y completamente inmóvil! Un suceso asombroso para una escuela infantil como la nuestra en la que la inmovilidad brilla por su ausencia. Nuestros niños saltan, corren, bailan, giran, ruedan… ¡no paran un momento! Nuestras profes tampoco… ¡es la única forma de seguir el ritmo los peques! Pasada la impresión inicial, reconocimos a la figura en reposo que contrastaba con el ajetreo que reinaba en el resto del aula. Era Cristina, la gerente de ituitu, que en este artículo nos desvela los motivos de esa inédita quietud.

En ituitu pensamos que una comunidad educativa es un sistema vivo que está en constante evolución. Por eso, desde que abrimos estamos inmersos en un proceso de mejora continua.

Para este curso, nuestra principal prioridad es favorecer más el desarrollo individualizado de cada niño. Para ello, llevamos ya meses centrados en la mejora de nuestras aulas, desde la organización de los espacios hasta el tipo de recursos que en ellas se encuentran. Empezamos este curso con mobiliario nuevo, más bajito, para estar mejor al servicio de los niños. Sustituimos todos los juguetes por material sensorial y cognitivo. Reducimos la decoración para tener ambientes más calmados. También sabíamos que para hacerlo con rigor, hacía falta una formación sólida. Hoy ya estoy a punto de obtener mi título de guía Montessori 0-3 años, que es la metodología que mejor aborda este aspecto.

Tras un trimestre y la experiencia positiva de las profesoras, hemos querido hacer una valoración objetiva. Por eso, cada viernes paso parte de la mañana en un aula, observando el espacio y como los niños interactúan con su entorno. Me siento en un rincón, para interferir lo menos posible, y escribo todo lo que veo y percibo. Recojo mucha información que después valoramos en equipo.

Desde el principio de los tiempos, la observación ha sido una herramienta esencial para el progreso humano, un factor clave en nuestra supervivencia, orientación, adaptación y evolución. También ha sido la observación lo que ha posibilitado grandes avances en el estudio del hombre, ya sea en la educación o en el campo de las ciencias.

En mi experiencia, observar no es fácil porque requiere prestar atención con todos los sentidos, fijarse en la riqueza de los detalles y estar presente en cuerpo y alma, dejando a un lado cualquier distracción. En estas sesiones, busco responder a las siguientes preguntas: ¿está bien distribuido y organizado el espacio?, ¿permite a los niños moverse con libertad y explorar el aula tranquilamente?, ¿están todas las áreas bien dotadas de materiales?, ¿son estos materiales los más adecuados para estos niños?, ¿en qué condición están, hace falta reemplazar algo?, ¿hay material que ignoran por completo?, ¿es el aula estéticamente agradable?, ¿cómo se gestiona el orden dentro del aula?

Toda la información objetiva que estoy obteniendo nos permite luego reflexionar sobre el proceso de aprendizaje y tomar las decisiones oportunas. Gracias a eso, se ha abierto un diálogo muy interesante con las profesoras.

Por ejemplo, en los grupos de 1-2 años detectamos una importante necesidad de movimiento libre – de subir, bajar, escalar- por lo que hemos comprado el triángulo y la rampa Pikler, para que puedan hacerlo tanto en el patio como en las aulas… ¡y han sido todo un éxito!

Este proceso de observación está siendo tan enriquecedor que pensamos hacerlo una práctica habitual, pudiendo extenderlo a otros aspectos, como los propios niños y las profesoras.

La observación es igual de poderosa en casa pero la vida rápida que todos llevamos no nos lo pone fácil. Siempre hay urgencias que atender, tareas pendientes y compromisos ineludibles. A veces, esa premura permanente nos dificulta prestar verdadera atención a lo que nuestros hijos hacen o dicen, a cómo lo hacen y cómo lo dicen, sin intervenir ni interrumpirles. Basta hacerlo un rato cada día para comprenderlos mejor y saber todo lo que necesitamos sobre sus preferencias y necesidades. Por eso, si conseguimos cambiar el chip, parar un momento y sentarnos a observarles, veremos que no hay tiempo mejor invertido que el que dediquemos a mirarles.

Gestionar las rabietas

 El pasado 28 de febrero tuvimos una nueva edición de nuestra Escuela de Padres en la que se trató el tema de las rabietas. Lo impartió Mar Buades, psicóloga y especialista en inteligencias múltiples. En este artículo, Mar nos resume las claves para entender por qué se producen y cómo gestionarlas.

Todos tenemos 6 emociones básicas, de ellas tres nos vienen “de serie” y otras tres nos vienen entrenadas. Las emociones de serie son: ira, miedo y tristeza. Estas emociones son de supervivencia, sin ellas no podríamos afrontar las situaciones que nos depara la vida. Por ejemplo, la ira nos ayuda a decir: “basta, esta situación, no me gusta”. El miedo nos facilita la huída ante situaciones de peligro y amenaza. La tristeza nos protege, nos conduce a tomar conciencia de lo que es negativo para nosotros, nos ayuda a digerir y procesar las vivencias negativas a través del duelo, reordenando nuestras ideas y emociones para adaptarnos mejor a nuestro entorno.

Las emociones entrenadas son: alegría, amor, felicidad, a las que podríamos añadir también la sorpresa. Estas emociones son educadas, y según el grado de amor, felicidad o alegría, con el que nos eduquen, nos desarrollaremos más o menos en esa emoción.

Es importante tener en cuenta que no podemos ni debemos extinguir una emoción, ya que todas son útiles para sobrevivir. Sin embargo, como padres sí que podemos ayudar y acompañar a nuestros hijos en la vivencia de sus emociones ayudándoles a gestionarlas mejor.

Las rabietas son una subemoción de la ira, y se manifiestan por un pico de frustración que los peques no pueden controlar aún. Entre el 50% y 80% de los niños tienen rabietas al menos una vez a la semana, y el 20% todos los días.

Las claves para una correcta gestión emocional de las rabietas son:

1.- Conocer cuál es mi estado emocional como padre. Si estoy enfadado, nervioso… puedo contagiar mi emoción a mi peque, por tanto debo esforzarme por mantener la calma y la serenidad, o pedir un relevo y distanciarme hasta que esté en condiciones de afrontar la situación.

2.- Evitar los sentimientos de culpa. La ira es una emoción natural e interpretarla desde esquemas de culpabilidad no ayudará a superar la situación.

3.- Ser claros y concisos en lo que pido o espero de mi hijo. Es la mejor manera para abrir una vía de comunicación en unos momentos en que el niño está centrado en sus propias emociones.

4.- Mantener el consenso y la complicidad entre los adultos de la casa. La unidad de acción es fundamental para que la respuesta sea consistente.

5.- Conectar con mi hijo y empatizar, en ese momento me necesita más que nunca.

6.- Respetar. Educar en el respeto y con unos límites que respetamos todos, también respetamos su “momento” de enfado, todos podemos estar enfadados.

7.- Expresar mis sentimientos, lo que me gusta y lo que no. Ofrecer alternativas (no sólo decir lo que no puede hacer, si no ofrecerle la alternativa de lo que sí puede).

8.- Poner límites ya que estos ofrecen seguridad, respeto y una base para la convivencia.

En resumen, las rabietas infantiles son una parte normal del desarrollo infantil, así que la mejor forma de afrontarlas es con normalidad, calma, y en la medida, de lo posible, sentido del humor. Es además una fase necesaria, ya que en ella los niños aprenden a tolerar la frustración, un aprendizaje vital imprescindible para vivir en una sociedad en la que tendrán que lidiar con normas, límites y renuncias. Que lo consigan dependerá mucho de nuestra capacidad para transformar sus berrinches en oportunidades para enseñarles habilidades emocionales que les ayudarán a ser adolescentes y adultos maduros y equilibrados el día de mañana.