¿Al colegio a los dos años?

Hasta hace poco, los niños comenzaban el colegio a los seis años, la edad a partir de la cual la educación es obligatoria. Hasta entonces, maduraban, se socializaban y aprendían en centros de educación infantil. Así es también en el resto del mundo desarrollado. Ningún niño va al cole hasta los cinco.

No es casualidad. Todos los estudios avalan que ése es el periodo necesario para que los niños desarrollen una buena dosis de confianza en sí mismos y en su independencia, y cierta madurez emocional. También para que puedan identificar sus mayores destrezas y aprendan a gestionar sus desencantos. Todo ello en el entorno acogedor, seguro y propicio para su desarrollo.

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La oferta de plazas escolares desde los tres años en España y la psicosis generada por quedarnos sin esa plaza en el centro de nuestra elección, provocó que aceptásemos poco a poco este cambio y que nuestros hijos adelantasen tres años su incorporación al colegio. También nos parece ya natural que puedan leer a los 5 años. Un año antes de la edad de educación obligatoria y sin que ello suponga mejorar en absoluto nuestros resultados escolares a nivel internacional. ¿No nos choca esto?

Esta experiencia ha demostrado que, hasta la fecha, han sido los niños y las familias los que se han adaptado a los centros y estos simplemente han ampliado sus espacios o número de plazas escolares. Se acabó la agenda diaria, el periodo de adaptación, la presencia de los padres en las aulas, el respeto a los ritmos y necesidades individuales. Hemos dado la bienvenida a procesos de aprendizaje estandarizados, como la lecto-escritura, a jornadas de niños sentados en sus sillas, atentamente coloreando o haciendo sus fichas. La experimentación sigue siendo muy limitada en los colegios y esto es muy evidente en los grupos de infantil. Lo de aprender jugando parece que ya no es tan importante… El juego, se queda en los ratos de patio.

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Desde los colegios no parecen estar especialmente sensibilizados ante esta situación. Como me decía una profesora de infantil en un centro importante de Valencia, “cuando se ponen en fila para que les revise sus fichas, están jugando unos con otros y además, no se les pone nota. Si lo hacen bien, se les hace un “smilie” y me chocan los cinco; si lo pueden hacer mejor, se digo y lo pongo en la hoja para que quede constancia”. ¿¿De verdad…a los tres años?? Estar en fila para que te digan lo bien o mal que has hecho tu trabajo no es divertido ni motivante. Es un proceso que ayuda al adulto a llevar al grupo. Uno de los tantos necesarios en un colegio y a los que todos nos adaptamos sin rechistar.

Además de eso, los colegios suelen ser espacios grandes y en ocasiones los más pequeños los comparten con el resto, como en las entradas y salidas a toque de sirenas, el comedor o el patio, en el que a veces pueden ver desde lejos como los mayores juegan al futbol y se enzarzan en una pelea.

Frente a esto, instituciones importantes que trabajan por el bienestar de la infancia como Save the Children o UNICEF han defendido siempre los espacios claramente diferentes, separados entre unos y otros, abogando por un modelo dual escuela infantil-colegio y no un “todo en uno”.

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Entonces, ¿será positivo adelantar el comienzo del colegio a los dos años? Si los centros se adaptasen totalmente a las familias y a los niños, tal vez. Pero con la experiencia hasta la fecha y lo que nos cuentan los padres que tomaron esta decisión el curso pasado, no parece lo más probable. Es muy posible que veamos una presión por adelantado a la que se puede someter a los niños. Si antes aprendías a leer en primero de primaria y ahora salen leyendo en infantil ¿por qué no empezar con conceptos de lecto-escritura desde los 0 años? Por no hablar del impacto del horario rígido de entradas y salidas que hay en los colegios, la gran distancia que hay en la relación de familia-escuela de algunos centros, y  el hecho de ser mayor antes de tiempo al “pertenecer” al sistema desde tan pequeños.

Si todos nos conformamos, acabará siendo lo normal en breve y sólo nos quedarán los recuerdos de tiempos mejores.